¿Recuerdan aquello de “este chico ha
nacido con talento especial”?
Si aceptamos esta interpretación
determinista de las cosas, no queda otra que la resignación: se nace con
talento o se pace. No habría más que hablar.
Si por el contrario, aceptamos que hay
posibilidad de aprender, mejorar y progresar, evidentemente la cosa comienza a
cambiar y además, entraría en juego otro término que también se nos resiste:
competencias.
El término “talento” merecería estar en el
imaginario de Lovecraft o Poe, es tan etéreo, mágico, oculto y, en definitiva,
escapista que sobre él se han escrito ríos y se escribirán océanos de tinta sin
que lleguemos a ponernos de acuerdo. ¿Quieren un símil? Aquí lo tienen:
“calidad de vida”. ¿Qué similitud existe entre la calidad de vida de un eremita
y la de una estrella del rock? Pero ambos están convencidos de tener calidad de
vida aunque no vivan en Camberra.
Desde una perspectiva práctica que no
cínica, hay que entender el talento, al menos a nivel de empresa, de alguna
manera. Y con algo de cinismo diría que si esa interpretación deriva en valor y
progreso, qué más quiere…
De partida, Tales realiza un ejercicio de
riesgo, aunque créanme que controlado, cuando relaciona el talento con las
competencias. Para ser un buen directivo, almacenista, vendedor o comunicador
hay que tener talento, entendido como un conjunto de competencias que se poseen
y ejercen de forma notable.
Las empresas que deciden poner en marcha
un modelo de Gestión por Competencias parten de un esquema sobradamente conocido
que se estructura en tres grandes sistemas: Selección, Desempeño y Desarrollo.
En términos operativos, la estrategia a adoptar es flexible, puedes comenzar
por desempeño y regresar a selección, puedes iniciar en selección y continuar a
desempeño, pero en cualquier caso, siempre te estará esperando el desarrollo al
final del camino, esa piedra de toque que se puede acabar convirtiendo en un
calvario.
El término “desarrollo de competencias”
aparentemente no ofrece dudas, se trataría de atenuar los gaps observados en la
evaluación de esas competencias, el consabido “se tiene o no se tiene el nivel
deseado”. Pero el cómo que llega a continuación acaba convirtiéndose en el
auténtico gap intergaláctico. Si además hablamos de ciertas competencias, casi
siempre de naturaleza corporativa, como es el caso de la “honestidad” o la
“ética”, el asunto se complica y casi siempre acabamos en aquello de “por
regalarle a su hijo en su decimo cumpleaños una estilográfica y un cuaderno en
blanco no se va a convertir en el nuevo Capote”.
Una pregunta: ¿En su objetivo final, qué
diferencia substancial existe entre la gestión de las competencias y la gestión
del talento?
Otra pregunta: ¿El talento es aplicable de
forma generalizada a cualquier situación o necesidad?
Una más: ¿Quien tiene una alta competencia
en una habilidad específica, posee talento?
Una respuesta: el talento es la expresión
del conocimiento y las habilidades de una persona aplicadas a contextos
operativos con resultados excepcionales.
Otra respuesta: la interpretación clásica
de la gestión por competencias busca en cada puesto a la persona más adecuada y
apta.
Una respuesta más: De lo inmediatamente
aseverado no es posible establecer una relación entre la gestión de
competencias y la gestión del talento.
En gestión de la calidad acostumbra a
decirse que el objetivo es satisfacer las expectativas del cliente.
Pese a que resulte difícil establecer la frontera entre una mejora
continua y una Innovación incremental, ello no supone que calidad e Innovación
sean una misma cosa.
En Innovación no se busca satisfacer las
expectativas del cliente, sino superarlas.
En la Gestión del Talento no buscamos
cerrar los gaps para conseguir alcanzar las expectativas en el nivel de
competencias deseado, buscamos superarlas progresivamente.
Efectivamente, en estos términos, el
talento es anormal pero quizás sea la anormalidad que busca establecer nuevas
normalidades.
De todo ello, no debe desprenderse que el
talento es algo infinitamente alejado de las competencias como si habláramos de
caviar beluga y castañas de Villazorrillos. Tales defiende que sin valor no hay
talento, pero de igual forma no hay talento sin competencias, ni competencias
sin talento, al menos en términos de progreso y crecimiento.
En definitiva, ser excepcional en una
competencia no implica necesariamente talento. Es como si dijéramos que un
tenista con talento lo es exclusivamente por su increíble saque. El talento
deriva de ser excepcional en un conjunto de habilidades – competencias. Pero
esa excepcionalidad es fruto de la convicción, el esfuerzo, la constancia y
disciplina para crecer y progresar.
Sin convicción ni acción, la gestión de
las competencias no es asimilable a una gestión del talento.
Pero cuando tenemos convicción y un plan,
entonces tenemos una GESTIÓN DE COMPETENCIAS ENFOCADAS AL TALENTO.
CELIA MIRALLES & JOSE LUIS MONTERO
CELIA MIRALLES & JOSE LUIS MONTERO
Excelente reflexión. Talento y competencias, dos palabros que merecen mucha más atención en las empresas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Javier
EliminarEn ello estamos y ciertamente hay más preocupación de lo que aparentemente parece.
Celia & Jose Luis